He pensado que lo mejor será volver a colgar las puertas, pero esta vez (sin cortes ni anuncios) al mismo ritmo que Claudi vaya compartiendo la versión original (en catalán) con la fantástica ilustración que ha creado especialmente para cada puerta.
La traducción de la puerta de hoy - la primera - no me ha llegado a satisfacer nunca... La cosa es que el perro utiliza una forma de la lengua catalana - una especie de registro intermedio entre el usted y el tu - que no he sabido encontrar en castellano, y que le da una tonalidad o un ritmo muy particular. Acepto sugerencias de resolución!!
Y eso es todo por ahora. Os dejo el enlace en el umbral de la puerta:
http://claudipuchades.blogspot.com/2014/01/la-primera-porta-del-laberint-de-la-mar.html?spref=fb
Sentado
en el suelo, con las piernas cruzadas y los brazos reposando sobre ellas,
miraba las puertas intentando tomar una decisión.
El tiempo
pasaba fuera del laberinto: quizás minutos, horas, días, meses, años.....
Le
pareció que un rayo de sol golpeaba una de las puertas, miró a su alrededor sin
encontrar ninguna ventana..... ¿Era una
señal? Quizás era la señal que estaba esperando: ¡Aquella debía ser la
primera puerta!
Caminó
despacio, tocó la puerta con los dedos, sintió la suavidad del esmalte, la
temperatura tibia de la madera, el rítmico y acelerado latido de su propio corazón, el empuje del deseo y la precaución
del miedo.....
Sumergido
en un mundo de sensaciones, miró la puerta atentamente y descubrió que, con el
mismo color pero con pinceladas cruzadas, había un número: el 4.
Mirando
todas las puertas se dio cuenta que cada una tenía un número del 1 al 9 (la que
estaba abierta era la número 7).
En un
principio pensó que lo mejor sería seguir el orden establecido, es decir,
comenzar por la número 1..... pero descartó la idea porque aquella puerta no le
transmitía ninguna sensación.
Pensó en
la posibilidad de que la puerta 7 estuviera abierta porque había alguien
dentro..... Eso lo hizo dudar: “Una
puerta que ya está abierta y la posibilidad de encontrar a alguien con quien
compartir las nuevas vivencias”..... Volvió a dudar..... Pensó: “Eso parece demasiado fácil. Un laberinto
fácil no puede ser emocionante, y yo quiero emociones, así que entraré por la
puerta número 4” .
.....Y
así lo hizo..... y acertó: era la decisión que había tomado y, por tanto, la
elección correcta y, si después se daba cuenta que no era aquella la puerta, no
tendría más que salir y entrar por otra ¡Podía ser divertido y todo!
Al pasar
el umbral de la puerta volvió a sentir – con más fuerza – el empuje del deseo y
la precaución del miedo. Miró hacia fuera, hacia la sala de las puertas, y se estremeció
al comprobar que ya no estaba, que había desaparecido..... que solo podía ir
hacia delante.....
Al mirar
a su alrededor se sorprendió: ¡No había una habitación!
Detrás de la puerta número 4 había un
bosque. El aire era suave y el aroma de hierbas y tierra húmeda invadía cada
rincón. Los árboles tenían grandes ramas.
El cielo era azul. Había paz, pero no
silencio, ya que podía oír el murmullo de un riachuelo..... Sintió necesidad de
sumergirse en su transparencia.
Empezaba a cambiar el color del cielo
cuando le pareció oír una voz en la orilla opuesta: “¡Bienvenido!”. Miró hacia el lugar del que procedía el sonido,
pero sólo vio a un perro..... Buscó con la mirada a la persona de la voz.
.....El perro volvió a decir: “¡Bienvenido!”. El hombre lo miró y
dijo:
Hombre: ¿Eres un perro que habla?
Perro: Sí que hablo, pero no soy
exactamente un perro...
Hombre: ¿Qué quiere decir que no
eres exactamente un perro..... eres un lobo o un coyote?
Perro: Si me acaricias, te lo explico.
El hombre cruzó el riachuelo y se
sentó a su lado. Cuando empezó a acariciarlo el perro habló:
Hace tiempo, en este bosque vivían un
leñador y su perro. El leñador era un hombre fuerte y entregado a su trabajo.
Le gustaba vivir aquí: amaba el bosque, los árboles y la leña que vendía a los
habitantes de los pueblos vecinos. También quería a su perro.
Cada noche, después de cenar, se
sentaba delante del fuego sin decir nada (quizás pensaba, o quizás no), se
sentaba delante del fuego y acariciaba a su perro (a veces se dormía mientras
lo hacía).
Un día el hombre se durmió... pero su
mano no, entonces la mano le dijo al perro que le gustaba mucho acariciarlo,
pero que le gustaría saber que se sentía al ser acariciado. El perro le confesó
que a él le gustaba mucho como lo acariciaba, pero que muchas veces se había
preguntado que se sentiría al acariciar.
Perro y mano mantenían esta
conversación durante una noche mágica de San Juan y, casualmente, en aquel
mismo momento, pasaba muy cerca una bruja que escuchó todo lo que decíamos.....
y, para sorpresa nuestra, decidió concedernos el deseo: yo me convertí en perro
y el perro se convirtió en mano.
Quizás porque el perro nunca había
hecho de mano, y la mano nunca había hecho de perro, que al día siguiente,
mientras hacía su trabajo, el leñador tuvo un accidente y perdió la mano, es
decir, perdió el perro.....
Me gustaba acariciar cuando era una
mano y me gustó ser acariciado siendo perro.
El leñador no podía hacer su trabajo
con una sola mano (amaba el bosque, amaba los árboles...), así que un día
marchó olvidándose del perro, o sea, de la mano (quería al perro, perdió la
mano...).
Yo, sin tener ninguna identidad clara,
sin saber si era mano o perro, me quedé en el bosque... solo... sin nadie que
me acariciara o a quien poder acariciar...
Visité los pueblos vecinos, algunas
personas me acariciaban, pero cuando yo intentaba acariciar a alguien (porque
en realidad soy una mano y tengo esa necesidad) no conseguía otra cosa que
arañarlo y hacerle daño..... Me echaron de todos los pueblos.....
Volví al bosque. Caminé días y noches.
Intenté acariciarme a mí mismo y conseguí disfrutar de mis propias rascadas:
como mano me sentía bien haciéndolo, como perro me sentía bien recibiéndolo
(aunque debo confesar que no era exactamente mi ideal de vida..... pero peor es
una pedrada, eso te lo puedo asegurar por experiencia propia).
Terminó el verano, pasó el otoño, el
invierno y la primavera..... Volvió el verano y, con él, la noche de San
Juan..... la noche más corta del año..... la noche de hogueras y brujas.....
una noche de estrellas y sueños.....
La bruja preguntó por el perro. Le
expliqué la historia del accidente. Me miró triste, me acarició y dejó que la
acariciara..... Mientras la arañaba, tan suavemente como podía, mantuvo una
sonrisa amable en su rostro..... ¡Me sentí querido!
La bruja habló de un laberinto. Me
explicó que el laberinto no era otra cosa que la escenificación de la propia
vida:
Escoger una
puerta quiere decir tomar una decisión.
Para cruzar una
puerta es necesario vencer el miedo hacia las experiencias nuevas.
Lo que hay
detrás de cada puerta es diferente para cada persona..... y es diferente en
cada momento.
La relación con
aquello que encuentras depende de tus vivencias.
Los aprendizajes
dependen de tu deseo de aprender.
El tiempo que
pases dentro depende de ti mismo.
Las cosas pueden
tener un significado o carecer de él.
Las señales las encuentras si las
buscas.....
La idea de ir al laberinto no me
estimulaba demasiado pero, en realidad, no tenía nada mejor que hacer, así que
acepté.
La bruja me acompañó hasta la sala de
las puertas que tú ya conoces. Me deseó suerte y, antes de irse, me dio una
moneda y dijo: “Recuerda que la felicidad y la infelicidad son dos caras de la
misma moneda..... y una moneda siempre se puede volver a lanzar al aire”.
Después de examinar todas las puertas
tomé una decisión y crucé una.....
El hombre lo interrumpió:
Hombre: La número 4, ¡claro!
Perro: No, no fue la 4..... Como
mano me sentía atraído por aquella puerta, pero como perro me sentía más
atraído por la número 7, porque ya estaba abierta, así que entré por la 7.
Hombre: Pero estamos en el mismo
sitio, y yo he entrado por la 4.
Perro: Recuerda que lo que hay detrás de
cada puerta es diferente para cada persona..... o para cada animal.
El hombre volvió a acariciar al perro
y el perro volvió a hablar:
Cuando crucé la puerta me sorprendí:
¡Había llegado al mismo bosque del que había salido!
Medité sobre todas las cosas que me
habían pasado durante el año (de la primera a la segunda noche de San Juan)…..
Pensé en las palabras de la bruja sobre la felicidad y la infelicidad…..
Entonces me di cuenta: Yo amaba este bosque y, por tanto, era muy probable que
pudiera encontrar aquí mi felicidad.
Pensé en el leñador, yo era su mano.
El leñador había hecho muchas cosas antes de llegar a este bosque….. había
amado otros lugares….. había marchado otras veces, pero esta vez no se había
ido porque quisiera irse sino que su marcha estaba relacionada con el hecho de
haber perdido la mano, y eso lo entristeció….. la tristeza nos hace hacer cosas
extrañas…..
Con estos pensamientos, llegué a la
conclusión que tenía que volver a tirar la moneda al aire, pero me di cuenta
que la había perdido….. I es por eso que todavía estoy en el laberinto.
El hombre se dio cuenta que el perro
llevaba un collar del que colgaba una pequeña bolsa:
Hombre: ¿Qué llevas en esta bolsa?
Perro: Creo que la moneda…..
Hombre: ¡Pero si me has dicho que la
habías perdido!
Perro: Sé que está en la bolsa…..
pero no la puedo ver….. no la puedo coger…
Hombre: Yo te puedo desabrochar el
collar, si quieres.
Perro: No, todavía no estoy
preparado.
Hombre: Preparado….. ¿Para qué?
Perro: Para encontrar la moneda.
Hombre: ¿No quieres ser feliz?
Perro: Sí….. pero me da miedo.
Hombre: ¿Miedo?
Perro: Sí, el miedo hace que
vayamos más despacio y, en muchas ocasiones, nos hace parar del todo. Todavía
no sé si quiero ser mano o perro….. Todavía no sé si el leñador se entristeció
porque perdió la mano o porque tuvo que dejar de acariciar al perro.
Hombre: Pero le quedaba la otra mano
para acariciar al perro.
Perro: Pero con la otra mano no lo
había acariciado nunca….. no sabía.
Hombre: Pero si lo que quiere es
acariciar al perro, seguro que aprenderá….. siempre acabamos aprendiendo a
hacer (mejor o peor) las cosas que nos gustan.
Perro: No sé si tienes razón
pero….. ¿me desabrocharás el collar antes de irte?
Hombre: ¡Claro!
El hombre marchó. Mientras marchaba
iba pensando si se iba porque tenía que irse o porque el perro le había dado a
entender que tenía que marchar (“¿Me desabrocharás
el collar antes de irte?”).
Se preguntaba si el perro le había
dicho que se fuera porque era importante que siguiera su camino o simplemente
porque quería estar solo.
…..Bueno, también era posible que el
perro pensara que él quería marchar.
Sí, volvió a hacerse muchas preguntas
pero, al menos hasta el momento, no se había hecho aquella pregunta tan simple:
¿He marchado porque yo quería marchar?
Estuvo a punto de dar media vuelta
para preguntarle al perro porque le había dicho que se fuera, pero en ese
momento vio la puerta del laberinto, se dirigió hacia ella, la abrió y, al
mirarla, descubrió que no era ni la número 4 ni la número 7: ¡Era la puerta 2!
Pensó en
la posibilidad de que todas las puertas estuvieran comunicadas..... Quizás sólo
había un “detrás”.
Se sentó
en el suelo, en medio de la sala y volvió a mirar todas las puertas. Pensó: ¿He de cruzar otra puerta? (una vez más
olvidó la pregunta más simple: “¿Quiero
cruzar otra puerta?”).
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