Volvió a
la sala de las puertas..... Unos minutos después llegó el perro. El hombre
empezó a acariciarlo y el perro habló:
Ayer, en esta misma sala, me encontré con el leñador.....
Le faltaba una mano pero, al verme, sonrió.....
Le faltaba una mano pero, así y todo, me acarició.....
Me acarició con la mano que no había acariciado nunca..... ¡Y me gustó! Me
di cuenta que el leñador había aprendido a acariciar con aquella mano.
El leñador se durmió..... pero su mano no, entonces la mano me dijo que el
leñador me echaba de menos..... Le pregunté si echaba de menos a la mano o si
echaba de menos al perro..... Pero aquella mano – la mano que había aprendido a
acariciar – sólo repitió: “Te echa de menos”.
Y de pronto, al sentir aquella frase por segunda vez, me di cuenta que me
era indiferente si echaba de menos al perro o a la mano, porque lo cierto es
que yo también lo echo de menos..... Que yo – sea mano o sea perro – quiero
volver con él.....
El
hombre, sin dejar de acariciar al perro, dijo:
Hombre: ¿Qué ha
pasado con la moneda?
Perro: Todavía
está subiendo.
Hombre: Así,
mientras no baje, puedes escoger la cara que quieras.....
Perro:
¡Claro!..... Y cuando baje, según como, puedo volver a lanzarla bien fuerte.
Cuando el
perro se fue el hombre volvió a mirar las puertas. Casi sin proponérselo, fue
hacia la puerta número 6 y la cruzó.
Una vez
en el otro lado, tuvo el impulso de mirar atrás, pero se contuvo: Por un lado,
intuía que la sala de las puertas habría desaparecido y, por otro lado, sabía
que quería seguir adelante.
Detrás de
la puerta número 6 había una casa..... o algo por el estilo. Todo estaba
desordenado..... aunque, mirándolo bien, no era desorden..... alguien había
registrado cajones y armarios..... Sintió miedo: ¿Había un ladrón dentro del laberinto?
Escuchó
una especie de susurro: “Tiene que estar
en algún sitio, seguro que la encontraré, no la he podido perder.”
Se
dirigió hacia la habitación de donde provenía la voz, al llegar vio que un
señor – de unos 104 años – salía de debajo de la cama. El señor miró al hombre
y dijo:
Señor: No la
he podido perder, sé que está en algún sitio.
Hombre: ¿Qué ha
perdido?
Señor:
¡¡Nada!!..... Ya le he dicho que no la he perdido, que debe estar en algún
sitio.
Hombre:
Perdone, ¿qué busca?
Señor: La
esperanza.
Hombre: ¿La
esperanza?
Señor: Sí, la
esperanza..... Eso que es lo último que se pierde..... Ya sabe, cuando se
pierde la esperanza quiere decir que todas las otras cosas ya las hemos
perdido.....
Hombre: Me
gustaría ayudarlo, pero no sé que apariencia tiene la esperanza.
El señor
miró al hombre de arriba a abajo..... Lo volvió a mirar pero, esta vez, de abajo a arriba. Se acercó, lo miró, lo
tocó y lo volvió a mirar:
Señor: ¿Usted
no tiene esperanzas?
Hombre: Creo
que sí que tengo.....
Señor: Y,
entonces, ¿por qué dice que no sabe que apariencia tiene?
Hombre: No
sé..... sé que tengo esperanza..... pero no la he visto nunca.
Señor: ¡Claro!
La esperanza no se puede ver.
Hombre: ¿Y cómo
la piensa encontrar, entonces?
Señor: Porque
que no la veas no quiere decir que no la puedas encontrar..... De hecho, usted
sabe que la tiene y no la ha visto nunca..... Lo que pasa es que para
encontrarla, la tenemos que buscar.
Hombre: Así,
¿usted cree que si se busca se encuentra?
Señor: Sí,
tengo esa esperanza..... ¡Mira por dónde! Ya le había dicho que no la había
perdido, ¡gracias por su ayuda!..... Ahora tengo la esperanza de encontrar la
esperanza..... es decir, tengo una nueva esperanza y, por tanto, no está todo
perdido.
Hombre: Así, lo
importante es la esperanza en si..... no su apariencia.
Señor: Lo
importante es tener esperanza..... no cuál es la esperanza, porque eso va
cambiando con nosotros.....
Se
despidieron. Cuando estaba llegando a la puerta el señor lo llamó:
Señor:
¡Perdone! Si ve a la bruja, ¿le puede decir que he vuelto a encontrar la
esperanza?
Hombre: Supongo
que se lo podría decir..... pero todavía no conozco a la bruja.
Señor: ¿No
conoce a la bruja?..... ¿Y cómo ha llegado al laberinto?
Hombre: No lo
sé.
Señor: ¡Qué
gracioso!
Hombre: ¿Qué es
gracioso?
Señor: No
sé..... No había conocido a nadie que hubiese llegado al laberinto sin conocer
a la bruja y sin saber cómo ha llegado.
Hombre: Sí, por
lo visto soy la única persona a la que le pasa eso.....
Señor: Es
posible..... Pues nada, ¡qué le vaya bien!
El hombre
volvió a la sala pero, esta vez, no miró las puertas, se sentó con la espalda
contra la pared y cerró los ojos: ¿Cómo
había llegado al laberinto?