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viernes, 5 de agosto de 2011

Emilia (H/P)

Miró la hora, frunció el ceño y lanzó el artilugio contra la pared... Observó durante unos segundos los trozos separados del objeto, después se levantó del sofá y abandonó la casa dando un portazo.
Emilia debía tener nueve o diez años cuando vio a su padre lanzar un reloj contra la pared. A la pregunta: “¿Por qué haces eso, papá?”, el hombre respondió: “Porque el tiempo pasa demasiado deprisa... y así tengo la sensación de que lo puedo parar”.
La diferencia entre la acción de uno y otro, es que el padre lanzaba uno de aquellos relojes irrompibles que duraban toda la vida – incluso bañándote con él – mientras que lo que lanzaba Emilia era el teléfono móvil...
Nicolás – el chico que trabajaba en la tienda de telefonía móvil del barrio – conoció a Emilia hace un par de años. Al principio le pareció una persona seca, carente de vida, demasiado estirada para su edad e, incluso, demasiado ausente cuando estaba presente... Él, como hacía con todos los clientes, le sonreía cuando entraba en la tienda. La muchacha miraba los terminales de los diferentes expositores sin ninguna expresión en la cara, unos minutos después señalaba uno: “Quiero éste”, pagaba y marchaba sin prestar atención a las explicaciones del vendedor.
Con el tiempo – sin saber exactamente por qué – Nicolás empezó a sentirse atraído por ella. Cuando no tenía ningún cliente, salía del local para ver si la veía pasar... Incluso había llegado a tener fantasías eróticas con ella.
Por suerte no pasaba más de una semana sin que Emilia entrara en la tienda. Nicolás la miraba mientras ella iba de un expositor a otro, totalmente fría y ausente: “Quiero éste”.
Y, un buen día (bueno, un mal día para Nicolás), Emilia heredó el reloj de su padre y desapareció...
Helena

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